Capítulo 1
—ESTO ES como un trocito de cielo, ¿verdad? —exclamó Lil, saboreando el bocado de pastel de queso con fresas que se acababa de llevar a la boca. Cuando no recibió respuesta se giró 180º para buscar a Jody o a Clark, pero enseguida se dio cuenta de que se habían separado otra vez. No era una sorpresa, considerando la cantidad de personas que atestaban el puesto de pasteles de queso de Eli.
Así había sido la mayor parte del día, se habían perdido y reencontrado entre la marea de turistas y gente local que, desafiando el calor, asistían a la feria anual de Los sabores de Chicago. Cuando Jody había sugerido asistir, le había advertido a Lil de todos los inconvenientes, pero también había ensalzado las virtudes de formar parte de esta tradicional feria. Una vez al año, en pleno verano, miles de habitantes de la ciudad y de los estados vecinos se dirigían a Grant Park para disfrutar de la mayor feria de comida del medio oeste. Centenares de vendedores montaban puestos ofreciendo una enorme variedad gastronómica, tanto de especialidades locales como de comidas más exóticas, introducidas por la diversa población de emigrantes que conformaban la ciudad de Chicago. Era una oportunidad perfecta para obtener una pequeña porción de comida o una ración completa, dependiendo del apetito y del presupuesto, mientras se recorrían los interminables pasillos repletos de tentadoras delicias. Otra gran parte del festival, e igualmente popular, era la música. Durante los diez días que duraba, cantantes y músicos famosos actuaban en el Petrillo Music Shell y demás escenarios del parque.
Hacía un calor húmedo que rayaba en lo desagradable, el lugar era tan ruidoso y estaba tan atestado, que era fácil verse arrastrado por la multitud que llenaba los pasillos como una gran marea humana. Lil se había aventurado a atiborrar su alto y desgarbado cuerpo, que a pesar de su edad aún conservaba un aspecto juvenil, con una gran variedad de comida. Se había comido una mazorca de maíz, un trozo de pizza, carne italiana cocinada en su jugo, bulgogi coreano y rollitos de huevo filipinos. Incluso había probado un muslo de pavo a la parrilla, pero acabó tirando la mayor parte para probar la samosa que captó su atención cuando pasó por un puesto de comida típica de la India oriental. Se detuvo allí un buen rato, saboreando el biryani vegetal y el curry con pollo, disfrutando de la explosión de sabores cuando las picantes especias asaltaron sus papilas gustativas.
Jody y Clark habían estado con él casi todo el tiempo, y aunque se perdían en aquella muchedumbre, lograban reencontrarse tan solo unos minutos más tarde. Como era de esperar, la pareja apareció de nuevo unos puestos más adelante.
—¿Todavía no estás lleno? —preguntó Clark, viendo cómo Lil le daba un mordisco a un trozo pastel de queso con chocolate.
—Estoy a punto de vomitar —contestó haciendo una mueca—. Sería fantástico que habilitaran una enfermería para las personas que quieran hacerlo o donde pusieran enemas, así podríamos continuar ingiriendo comida sin ningún control.
Jody se inclinó para intentar quitarle el platito, pero Lil protestó, apartando la mano.
—¡Alto, cariño! ¿Quién sabe cuándo tendré otra oportunidad como esta?
—Sabes que puedes venir a visitarnos siempre que quieras.
—Jody, la última vez que estuve aquí esto estaba tan congelado como la tundra. Nunca más volveré a poner un pie en esta ciudad en los meses de invierno, a menos que Clark juegue la Super Bowl y se juegue en su campo.
—Bueno, siempre existe esa posibilidad.
—Mira este lugar —dijo Lil, observando a la multitud. Casi todo el mundo llevaba poca ropa en un intento de contrarrestar los imparables rayos del sol. Todos llevaban pantalones cortos, camisetas de tirantes y tops al estilo de Daisy Duke—. Es difícil creer el frío que hace aquí en invierno cuando estás sufriendo este calor.
—Lo sé —aseguró Jody, asintiendo con la cabeza—. Otra delicia del medio oeste. Si no soportas el tiempo, no te preocupes, seguro que cambia en una hora o así.
—No es tan impredecible, ¿verdad, Clark? —preguntó Lil.
—Es bastante jodido —contestó Clark—. El clima es lo peor de vivir aquí. Todo lo demás me encanta.
—Pues bien, espero que así sea, teniendo en cuenta que renovaste tu contrato por dos años más.
—Me hicieron una oferta que no pude rechazar —dijo Clark con una gran sonrisa—. Aparte del dinero, me encanta jugar para los Osos y a Jo-Jo le encanta su trabajo.
—Sí, los dos se están revolcando de felicidad.
Ver a Jody y a su pareja Clark, el atleta más guapo del mundo, tan felices, lo había convencido de que el amor podía conquistarlo todo. Habían bajado hasta el mismísimo infierno antes de lograr la felicidad que tenían ahora, pero cada momento difícil había valido la pena. Después de todo lo que habían sufrido, la pareja seguía siendo un icono para el mundo gay y la imagen perfecta del poder del amor.
Lil y Jody habían sido compañeros de cuarto en Stanford y, a pesar de tener personalidades muy diferentes, se habían hecho muy buenos amigos. Cuando Lil se fijó en él, Jody era un novato tímido y reprimido, prácticamente sin ninguna experiencia como gay. Habían formado una extraña pareja: Jody era serio y ordenado, soportaba horarios casi imposibles para conseguir su título de médicina; Lil, aunque igualmente brillante en su campo, la arquitectura, sabía divertirse mientras luchaba por conseguir sus metas personales. Él era extravagante y descaradamente gay, mientras que Jody, aunque lo era, no lo mostraba de forma tan evidente. Aprovecharon sus diferencias para sacar lo mejor de cada uno, y se convirtieron en muy buenos amigos durante los años de universidad. Ahora, casi quince años después, eran como hermanos.
Lil se alegraba de la felicidad de su amigo, pero extrañaba tenerlo cerca. No había sido realmente lo mismo desde que la pareja había dejado la zona de la Bahía de San Francisco hacía dos años, para mudarse a la ciudad del viento después de que Clark firmara un contrato con los Osos de Chicago. Lil los visitaba tan frecuentemente como podía, pero también estaba teniendo mucho éxito en su carrera y había conseguido un lucrativo contrato con uno de los principales constructores de la costa este. Conseguir un diseño personalizado Lampert era muy importante, sobre todo después de que obtuvieran varios premios a la excelencia en el uso de la energía solar para calentar y enfriar las mansiones que salpicaban las colinas de Danville, California. El negocio de Lil prosperaba y casi no disponía de tiempo para visitarlos, sin embargo, en el ámbito personal todavía volaba en solitario, seguía sin encontrar a ese alguien especial, y no era por falta de intentos. El amor continuaba eludiendo al atractivo moreno que, después de tantos años resaltando su pelo con reflejos, ya era tan rubio como un anuncio de Coppertone . Unos ojos de color azul intenso y un bronceado dorado completaban la imagen del próspero californiano, que seguía brillando intensidad juvenil a pesar de su edad. Una realidad de la que Lil se había quejado hacía unos meses, cuando sopló las treinta y siete velas de su tarta de cumpleaños.
—¡Oh, mira! ¡Helado! Vamos a comprar un cono o algo así —Lil trató de engatusarlos, cogiendo a Jody de la mano y arrastrándolo tras él.
—Lil, no creo que pueda comer nada más —protestó Jody.
—Entonces espera aquí mientras yo voy a por uno, ¿de acuerdo?
—Claro, cariño. Tú mismo.
Lil se abrió paso entre la multitud, tratando de acercarse al puesto, que estaba abarrotado. Finalmente, llegó hasta el mostrador de madera. Contempló el menú y se decidió por un cono de helado de vainilla con sirope de chocolate.
—¿En qué puedo ayudarlo?
Lil apartó la vista del menú, y estaba a punto de pedir cuando se encontró cara a cara con el dueño de aquella voz y se olvidó de lo que estaba a punto de decir. De pie, frente a él, se encontraba el hombre más guapo del mundo, sin punto de comparación. «Ay, joder».
—Esto… ¿Tiene de vainilla?
—Claro —dijo el hombre, sonriendo. Era moreno, tenía el cabello peinado de punta, los ojos negros como el carbón y unas pestañas tan largas y rizadas que parecían postizas. Una barba desaliñada enmarcaba la boca roja de apariencia deliciosa que prácticamente le gritaba: «¡Bésame!». Llevaba puesta una camiseta sin mangas que se estiraba sobre los fuertes músculos de un impresionante pecho. Sin embargo, lo que en realidad llamó su atención fue el tatuaje que le cubría el brazo derecho, como si fuera una manga de brillantes colores primarios.
«Jesús, María y José».
—¿Qué va a pedir?
—A ti, de cualquier manera en la que te pueda tener. —Las palabras habían salido de su boca antes de que pudiera pensar en lo que estaba diciendo.
El moreno se rio, mostrando una dentadura blanca y hermosa, que mejoraba una cara ya de por sí perfecta. El pulso de Lil se aceleró y su pene definitivamente se despertó ante esa magnífica vista.
—¿Quieres un cono?
—Sí, por favor. —Lil estaba sorprendido de que aún pudiera hablar, ya que sentía la boca como si fuera el Sáhara al mediodía.
El guaperas se volvió, cogió un cono y se inclinó para servir el helado, ofreciéndole a Lil una magnífica vista de su trasero. Llevaba puestos unos pantalones cortos blancos que resaltaban sus piernas bronceadas y bien torneadas, sin mencionar un culo respingón que hizo que Lil quisiera recostarse sobre el mostrador y darle un mordisco a cada nalga. Tenía las piernas cubiertas de un ligero vello oscuro, muy atractivo para un hombre que tenía fijación con los osos, o con los cachorros, en este caso.
—Aquí tienes —le dijo entregándole el cono—. ¿Alguna otra cosa que te pueda ofrecer?
—No me iría mal un guía turístico —le dijo Lil, sonriendo ampliamente.
—¿De dónde eres?
—De San Francisco.
—Genial —exclamó—. Siempre he querido ir.
—Es una ciudad preciosa. ¿Puedes tomarte un descanso? Podría hacerte un recorrido virtual por mi ciudad.
El chico de los helados miró el reloj.
—Ya casi es hora de mi descanso de treinta minutos. ¿Dónde quieres que nos veamos?
«¿En serio? ¿EN SERIO?»
—Umm, estoy allí con mis amigos. —Lil señaló a Jody y a Clark.
—¿No es ese Stevens?
—¿Te gusta el fútbol americano?
—Todo el mundo en Chicago conoce a sus Osos.
—Me lo imagino. ¿Por qué no nos encontramos en la zona para picnics que está hacía allá? —preguntó, señalando en la dirección de una pequeña arboleda que había visto antes.
—De acuerdo.
—¿Cómo te llamas? —Lil tenía que saberlo.
—Grier.
—Es un nombre diferente.
El chico se encogió de hombros y lo recompensó con otra sonrisa.
—Ese es mi nombre, ¿cuál es el tuyo?
—Lil.
—¿Diminutivo de Lily?
—Capullo —dijo Lil risueño, encantado de ver su sonrisa bromista—. Es el diminutivo de Lyndon Lyle Lampert, si en realidad te interesa.
—Un verdadero trabalenguas.
—Totalmente cierto —contestó Lil. «¡Dios mío, es guapísimo!».
Lil regresó con sus amigos, que habían estado observando el coqueteo.
—¿Ligando con un jovencito? —preguntó Jody, notando la sonrisa entusiasta de Lil.
—No creo que pueda decir que me lo haya ligado, Jody. Considerémoslo solo como una pequeña degustación.
—Vas a lograr elevar esta edición de Los sabores de Chicago a un nivel completamente nuevo —comentó Clark.
—¿Y cuál es el problema?
—No hay problema Lil, solo ten cuidado —dijo Clark—. Tú no sabes nada de ese chico.
—Y él tampoco sabe nada de mí —replicó Lil—, pero está dispuesto a correr el riesgo y reunirse con nosotros un rato.
—Está bien, vamos e intentemos encontrar algo de sombra —dijo Clark. Su piel, habitualmente dorada, empezaba a mostrar algunas señales de quemaduras por la larga exposición al sol. Encontraron un lugar debajo de un gran árbol, que acababa de dejar libre una familia, que fue tan amable como para prestarles su manta, a cambio de que les guardaran el sitio.
Lil se recostó al lado de sus amigos que ya se habían acomodado.
—Esto es vida—dijo, doblando los brazos debajo de la cabeza—. ¿Quién podía imaginarse que había hombres tan guapos en esta ciudad?
—Solo deseamos tu satisfacción —dijo Jody, completamente inexpresivo.
—Así que, por favor, satisface tus deseos —soltó Clark, esquivando el puñetazo que trató de lanzarle Jody.
—¿Quién dijo nada de enrollarnos? Solo vamos a hablar.
Jody le echó una mirada al reloj.
—Apuesto a que mañana a esta hora ya lo tendrás en la cama.
—Dios te oiga.
—No sé qué escuchará Dios. Pero confío en tus supremos poderes de seducción —dijo Jody con una risita.
—No sé, Jody. Ya no soy tan joven.
—Oh, por el amor de Dios. Tienes treinta y siete años y el cuerpo de uno de veintisiete, aunque estás mejor ahora que hace diez años. Has ganado en musculatura y definición, ya no estás tan flaco y huesudo.
—Para un poco. —Lil se giró sobre el estómago, apoyándose sobre los codos y mirando hacia su amigo—. Hablo de mi estado de ánimo, Jody. No quiero tener más aventuras de una sola noche.
—¿Desde cuándo?
—Desde que me di cuenta de que no tenía sentido. No voy a encontrar al hombre de mis sueños si solo busco sexo. Un revolcón rápido no es el mejor telón de fondo para lograr un final de cuento de hadas.
—¿Tú todavía crees en eso?—preguntó Clark muy serio—. No creía que fueras tan romántico.
—Después de ver su historia, es difícil no creer en el amor.
—Voy a cruzar los dedos para que encuentres al hombre perfecto, Lil, aunque no creo que sea el chico de los helados.
Lil soltó una risita cohibida.
—Sin embargo, es absolutamente delicioso.
—En eso tienes razón—afirmó Clark.
Jody le dio un codazo en el estómago.
—¡Ay! Solo estoy constatando un hecho, Jo.
—Tú también te lo estuviste comiendo con los ojos.
—¡No es verdad!
—Claro que sí —bromeó Jody—, pero te perdonaré esta vez solo porque está jodidamente bueno.
—Chicos, cállense. Ya viene hacia aquí.
Los tres hombres se giraron para ver como Grier se acercaba. Era como observar un anuncio de productos para culturistas. Grier era perfecto, tan alto como un modelo de pasarela, debía medir fácilmente uno noventa y era extremadamente elegante. Le sonrió a un par de personas que reconoció, deteniéndose a charlar brevemente antes de seguir su camino hacia Lil y sus amigos. Grier daba la impresión de estar relajado y de no darse cuenta de la agitación que creaba tanto en los hombres como en las mujeres que observaban sus pasos a través de la arboleda. Lil no podía quitarle los ojos de encima, pese a que tenía serias dudas sobre haberlo invitado a unirse a ellos. La verdad era que no sabía nada del chico, y sí, para él era un niño. Probablemente tendría entre veintidós y veinticuatro años, pero aún así, seguía siendo demasiado joven para él y era bastante improbable que surgiera una conexión, por lo que resultaría una total pérdida de tiempo, ya que no creía que pudiera salir nada serio de eso.
—Hola, Lyndon Lyle Lampert —bromeó Grier, con una voz gutural tan sexualmente atractiva como su cuerpo. Se dejó caer sobre la manta y cada una de las objeciones de Lil se desvaneció al ver esa sonrisa espectacular.
—Hola a ti también —le contestó Lil—. Permíteme presentarte a mis amigos. Este es Jody Williams y por supuesto, su famosa pareja, Clark Stevens.
—Hola —dijo Grier, con una inclinación de cabeza—. Encantado de conocerlos. Soy un gran fan de Clark.
—¿Te gusta el fútbol americano?
—¿No le gusta a todo el mundo? —preguntó Grier.
—No, no a todo el mundo —masculló Jody—. Algunos somos más intelectuales.
Clark le dio un rápido beso en la boca.
—Solo estás celoso porque me obliga a alejarme de ti.
—No me digas… resulta difícil competir con el deporte nacional.
—¿Te sientes descuidado, Jo-Jo? —bromeó Clark cariñosamente.
—Honestamente, puedo decir que no me tienes descuidado en absoluto.
—Espero que no —se defendió Clark—, especialmente después de lo de esta mañana.
—Alto, amigos —les interrumpió Lil—. Si van a contar algo, vayan directamente a los detalles picantes.
Jody tapó la boca de Clark.
—Ni una palabra más.
Grier observó la complicidad que había entre la famosa pareja y luego se giró hacia Lil, que lo estaba mirando descaradamente.
—¿Te gusta el fútbol americano?
—Cielo, me encanta el fútbol por todos los motivos correctos y por alguno de los equivocados.
—Déjame adivinar. —Grier levantó la mano e hizo una lista imaginaria—. Uno: Por los pantalones ajustados. Dos: Por las camisetas aún más ajustadas. Y tres: por todos esos fantásticos bíceps.
—Para. —Lil se rio—. Realmente me gusta el deporte, y que los jugadores sean guapísimos es simplemente un extra.
—¿Te gusta el fútbol de verdad o solo lo dices para complacer a Clark? —Grier parecía genuinamente sorprendido de que a Lil le interesaran los deportes.
—No solo le gustan, sino que puede recitar las estadísticas y los resultados mejor que cualquier comentarista deportivo —se jactó Clark, confirmando lo que había dicho Lil.
—¡Qué extraño!
—Algunos mariquitas también disfrutamos con las cosas de hombres, ¿sabes?
—¿Quién te llamó mariquita?
—¿No fue eso lo que insinuaste?
—Lo siento, no quise decir eso.
—¿De verdad?
Los ojos de Grier recorrieron el cuerpo de Lil con interés, y el rubio le devolvió la mirada atrevida con otra igualmente caliente. De hecho, la química entre ellos era tan poderosa que incluso afectó a Jody, que observaba la escena con interés. Luego se levantó rápidamente y tiró de Clark para levantarlo de la manta.
—¿Dónde vamos? —Los ojos aguamarina de Clark se abrieron con sorpresa.
—Tengo antojo de buñuelos —soltó Jody.
—Pero si odias los dulces —discutió Clark.
—Ahora ya no. —Jody lo fulminó con la mirada e inclinó la cabeza señalando a los hombres que estaban sentados y que no habían apartado la vista el uno del otro.
—Oh, claro.
—Volveremos en una media hora —dijo Jody.
—Tómense su tiempo—murmuró Lil.
—Gracias por compartir la manta —dijo Grier, alisando el área donde Clark y Jody habían estado sentados.
—No es nuestra —respondió Lil—. Somos okupas.
Grier sonrió abiertamente.
—Bien, gracias por dejarme hacer de okupa contigo. Cualquier clase de sombra por aquí es una bendición.
—¿Eres el dueño de la heladería?
—¡Demonios, no!—Grier se rio—. Le estoy echando una mano a un amigo.
—¿Es un amigo con privilegios?—preguntó Lil.
—No—Grier sonrió—. Jake y yo fuimos juntos a la escuela. Somos casi como hermanos.
—¿Te has ofrecido para ayudarlo durante los diez días que dura la feria?
—Todos los que pueda. Yo tengo que ganarme la vida y él lo entiende, pero afortunadamente estoy de guardia esta semana, así que tengo bastante margen.
—¿A qué te dedicas?
—Tengo un trabajo de mierda.
—¿Qué es lo que haces?
—Transporto muebles.
—¿Es un trabajo provisional? ¿Estás en la universidad?
—No hablemos más de mí, ¿de acuerdo? ¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?
—Llegué ayer, así que me quedan otros seis días.
—¿Y tú, a qué te dedicas?
—Soy arquitecto.
Grier silbó.
—Bueno, entonces has venido a la ciudad adecuada. ¿Has hecho alguna vez la excursión arquitectónica en barco?
—No, ¿qué es eso?
—Es un tranquilo paseo en barco por el río Chicago, es una excelente manera de apreciar los monumentos arquitectónicos de la ciudad. Me sorprende que tus amigos no te lo hayan sugerido.
—La última vez que vine estuvo nevando, así que imagino que una excursión en barco no era una opción en ese momento.
—Pues deberías ir, sobre todo teniendo en cuenta a lo que te dedicas. ¿Por qué no vamos mañana?
—¿Nosotros?
—Claro, si quieres mi compañía.
«Me encantaría».
—Eso sería muy agradable.
—Bien, entonces está decidido —declaró Grier—. Háblame de Jody. ¿Es siempre tan serio?
—Es traumatólogo, así que sí, es un poco más formal que Clark y que yo—explicó Lil—, pero es un gran tipo y cuando logras traspasar ese exterior solemne, descubres que tiene un gran sentido del humor.
—Pues bien, es todo un alivio. Por un momento pensé que no le gustaba.
—Cariño—contestó Lil, acariciando tentativamente el brazo de Grier—. ¿A quién no le vas a gustar?
Grier respondió con una sonrisa deslumbrante que derritió la determinación de Lil de ser cuidadoso y no lanzarse de cabeza. Cada vibración que recibía era positiva, por lo que decidió confiar en sus instintos, que por otra parte eran bastante fiables.
—Jody es «él», ¿verdad?
—¿«Él»?
—Ya sabes, lo de la dramática aparición televisiva.
—Sí.
—Debe haber sido muy difícil para todos.
—Y no sabes ni la mitad, encanto.
—Creo que es jodidamente romántico.
—Tú y un millón de hombres gais.
—Y no solo gais. Tengo amigos heteros que idolatran a Clark por mostrarse tan abierto.
—Pues bien, fue una dura batalla, créeme.
—Pero valió la pena, ¿verdad?
—Ahora es mi turno de tener una idea equivocada sobre ti—dijo Lil—. Nunca hubiera sospechado que fueras tan romántico.
—¿Por qué me veo como un tipo duro tatuado?
—No olvidemos los tres pendientes de tu oreja izquierda. ¿De qué son?
—De ónix.
—Al menos eres un tipo duro con buen gusto —bromeó Lil.
—Pues resulta que tengo muy buen gusto—dijo Grier—. Y creo que el arte corporal es bello si está bien hecho.
—Tu tatuaje es bastante inusual—. Lil extendió la mano y trazó el diseño con una suave caricia—. Amo los colores. Los azules y los rojos son tan vibrantes, y estas estrellas que se van desvaneciendo así. — La mano de Lil dejó el brazo de Grier para descansar ligeramente sobre su pecho, donde la última estrella azul se desvanecía debajo de su camiseta de tirantes—. ¿Hay más?—Tocar el cuerpo de Grier, aunque lo había hecho de forma inocente, despertó el deseo que se había mantenido inactivo bajo la sombra de una conversación amigable. El tiempo se detuvo cuando se miraron a los ojos, buscando en ellos un indicio de lo que les estaba sucediendo. Grier sujetó la mano de Lil contra su corazón para que pudiera sentir como latía salvajemente.
—Tengo algunas estrellas más colocadas en lugares estratégicos—le susurró.
«Oh, Dios mío».
—De ahora en adelante prometo ser más comprensivo con los tatuajes.
Grier respiró con dificultad y se apartó a regañadientes.
—Escucha, tengo que regresar ya.
—Lo entiendo. ¿Dónde quedamos para hacer esa excursión en barco?
—Búscame mañana sobre las once en el muelle. Puedes encontrar toda la información sobre la excursión en la web oficial de Chicago. Después iremos a comer.
—Suena bien.
—¿Lil?
—¿Sí?
—Tú no eres ningún mariquita—dijo Grier, posándose sobre la boca de Lil como un colibrí zambulléndose para un beso azucarado. Lil se abrió ante aquel roce sorprendentemente suave y suspiró cuando sintió la lengua de Grier trazando sus labios.
—¿Mañana?—confirmó Grier.
Lil, sorprendido por el beso, luchó para encontrar su voz.
—Sí.
Lil lo observó marcharse, estudiando su trasero, que era igual de asombroso que su parte delantera. Su torso tenía la clásica forma de V fruto de pasar horas levantando peso, y ahora que sabía a lo que se dedicaba, suponía que su físico se debía en gran parte a su trabajo. Grier nunca había contestado su pregunta respecto a la universidad, pero esperaba que en la excursión del día siguiente pudiera tener la oportunidad de saber más cosas sobre él, si es que aparecía. La probabilidad era baja, considerando que ni siquiera habían intercambiado números de teléfono, pero había algo que le hacía pensar que estaría allí. Lil esperaba tener la oportunidad de comprobar si su intuición había sido correcta, porque aunque Grier era ciertamente agradable a la vista, sería genial que tuviera algo de sustancia detrás de esa hermosa fachada. Lil lo vio mirar el reloj y acelerar el paso como si temiera que le fueran a descontar los minutos de retraso, lo cual era muy raro porque estaba trabajando de forma voluntaria y seguramente podía llegar unos minutos tarde.